miércoles, 20 de abril de 2011

UN EXTRAÑO CASO DE MELOMANIA

El buen Paul Mawhinney nació en Pittsburgh (EE UU) hace poco más de 71 años y arrastra desde hace dos una ceguera total causada por la diabetes.

¿Y? ¿Qué hay con eso? Tranquilos. Después de leer lo siguiente se quedaran en estado semi-catártico:


“Cuando alguien me hace una pregunta complicada sobre un disco, se me iluminan los ojos. De nuevo, me siento parte de la raza humana. Porque allá afuera, el mundo está muerto, nadie escucha. Pero todavía a unos pocos les importa la música. Y esos pocos vienen a mí. Hacen bien: yo sé de discos. Tengo tres millones en mi poder: dos millones de singles y un millón de álbumes. La colección de discos más grande del mundo”.

Tomemos un respiro. Si, no es alucinación. Es la pura verdad. Ahora viajemos al génesis de esta maravillosa historia.


¿Cómo se hace con tan gigantesco arsenal discográfico un vendedor de una empresa de papel, en un mundo de gente con escasa tradición musical?


Con viajes y renuncias: “Compré mi primer disco a los 8 años, Jezebel, de Frankie Laine, pero todo despegó cuando cumplí los 30. Por esa época ya tenía 160.000 discos, y aprovechaba todos los viajes que hacía por los Estados Unidos como vendedor para comprar unos cuantos más. También iba a los bares. En los años 70 muchos tenían máquinas de música. Ponían vinilos y cuando pasaban de moda los abandonaban en un almacén. Yo los compraba todos. Nunca ahorré dinero, nunca me fui de copas. Lo que me sobraba de pagar la casa y mantener a la familia, lo gastaba en música”.


Al pasar al formato de CD los vinilos para las radios se volvieron obsoletos. En un día bueno, a bordo de una furgoneta se estacionaba en una emisora de radio y salía con 5.000 discos bajo el brazo. Insaciable. Demasiado para su esposa, que le exigió abrir una tienda de música o deshacerse de las cajas de discos que amontonaba por toda la casa. Evidentemente, Paul eligió lo primero. A principios de los ochenta, Record-Rama (su tienda) comenzó sus operaciones en Pittsburgh con un búnker subterráneo de 1.300 metros cuadrados. De todos los discos que caían, el coleccionista almacenaba la primera copia de todo trabajo discográfico en sus manos (su colección) y a la tienda para su venta al público, sólo iban a parar los discos repetidos.


En los años 80, era más barato mandar a la basura los discos que no se vendían que devolverlos a las discográficas. Una vez abrió una caja que un distribuidor iba a tirar: contenía dentro cien copias del primer disco de ZZ Top "ZZ Top’s First Album" (1971). Hoy cada ejemplar vale unos 150 euros.

Un vinilo inédito de los Rolling Stones o el primer disco plano, de 1881, son dos de las piezas más valoradas de esta colección, que a menudo ha despertado el interés de compradores sin materializarse finalmente la transacción.


Uno de ellos fue la Librería del Congreso de Estados Unidos, que informó a este melómano invidente de más 70 años de un preciado dato que desconocía él mismo: dos tercios de sus posesiones musicales no están disponibles ni en CD ni en en internet, por ningún precio.


En febrero de 2008, su tienda Record-Rama cerró sus puertas por los problemas de salud de Mawhinney. Sólo el sótano permanece activo: “Le dedico un rato todos los días. Actualizo la base de datos del ordenador. Me quedan 35.000 singles por catalogar”. Hace unos meses, el periódico británico The Financial Times le cedió una columna entre sus páginas para un llamamiento desesperado: Paul quiere vender su colección de discos, la más grande del mundo, porque ya no se ve capaz de cuidarla por el mismo y siente que su final se acerca.


No acepta compradores privados: “Quiero que los más de 14 millones de canciones que conforman la colección sean de acceso público. Para mí es importante que la conozcan las futuras generaciones. No es dinero, es historia”, dice de un tesoro tasado en 37 millones de euros, que él está dispuesto a traspasar por poco más de 2 millones.


Mawhinney sigue esperando a que algún comprador haga una oferta por este legado histórico.


Después de leer esta historia he mirado con languidez mi colección de Cd´s y he aprovechado en quitarles el polvo y ordenarlos. Y resuenan en mis oídos las palabras en profundo estado de éxtasis alcohólico que oí pronunciar alguna vez a un borrachín respetuoso: “No somos nada”… “No somos nada”.