sábado, 19 de febrero de 2011

Extravagancia S.A.

En marzo de 1973, Robert Plant, hospedado en un hotel de Nantes necesitaba un poco de leche para darle cuerpo al té que quería degustar. Llamó al servicio de habitación y parece ser que no le hicieron caso o que sus suministros lácteos escaseaban. El melenudo Plant no soportó tremenda ofensa. No sin antes maldecir y jurar que se la iban a pagar caro convocó a sus compinches y armó un batallón de demolición. El mismo que transformó el cuarto de hotel en unos cuantos minutos: quitaron las puertas, los closets, los muebles del baño, el tapiz de las paredes y la alfombra; es decir, dejaron a la habitación en escombros. Después, como quien descansa, el cantante y sus secuaces conectaron una manguera gigantesca  que les permitió sofocar, por todos los rincones del piso del hotel, un incendio imaginario. Con el saldo de una catarata gigantesca por el cubículo de los ascensores y el corredor en donde el agua llegaba hasta los tobillos. El punto final, el cierre de telón antes de irse a dormir, fue dedicarle una cantidad indeterminada de hachazos a las puertas que habían sacado, hasta que consiguieron reducirlas a un montón de fragmentos de madera, que no pasaban el práctico tamaño de un palito de dientes. Al día siguiente Peter Grant, el manager de la banda de Plant que por cierto era Led Zeppelin, pagó por los destrozos una suma formidable.

Años antes, en otra ubicación: el hotel Drake en Nueva York, se desarrolló una pataleta similar esta vez por una grabadora desaparecida. Todavía resaqueado por los humos de una salvaje fiesta de a uno, el baterista Keith Moon despertó con ganas de oír una cinta en su grabadora. Cabe comentar que la noche anterior, Moon había interrumpido educadamente el ruidoso ensayo de trompeta que ejecutaba el bajista John Entwistle en la habitación de al lado, arrancando la taza del baño y derribando con ella la puerta. El bajista, entendió que su ensayo podía resultar molesto, al considerar el estruendo y por las dos mitades  de porcelana que descansaban en su alfombra.
Keith Moon despertó y además de no encontrar su grabadora, descubrió que sus condiscípulos, los Who, lo habían encerrado para que no despedazara más puertas, ni arrancara más tazas de baño. Aun resaqueado y furioso por el encierro, se puso a escarbar con un cuchillo mantequillero en la pared que lo separaba del póker y el vacilón de sus amigos. Mientras escarbaba escuchaba que su grabadora funcionaba en algún lugar de la otra habitación.

Este detalle, fue el detonante para que su cuerpo de baterista ansioso trabajara con la intensidad que, horas más tarde, le permitió derribar una parte de la pared y aparecer todo cubierto de cemento en medio del póker de sus amigos. Sin saludar ni sacudirse el polvo, cogió una linterna y se encaminó hacia la música que emitía su grabadora. Llegó al interior del baño en donde uno de los ingenieros de sonido se acompañaba con su grabadora mientras vaciaba plácidamente su sobrelastre intestinal.
 ¿Quién &%$%$ te prestó mi grabadora?, preguntó Moon, y sin dejar tiempo para la respuesta, golpeó la linterna contra la boca muda del ingeniero. Regresó sobre sus pisadas, saludó a los jugadores de póker y antes de desaparecer por el forado en la pared, enseñando su grabadora, dijo: ``Ahora sí podremos tener algo de diversión''. El juego de póker siguió normalmente. Después de todo Keith Moon se había portado muy bien, ni la puerta ni el baño habían sufrido más daños.



En el episodio del hotel de Nantes, también tuvo lugar un gesto característico de Robert Plant: para exorcizar al diablo de la cólera que le causaba la ausencia de leche en su té, arrojó el televisor por la ventana. A la cuenta que incluía los gastos de muertos y heridos, se agregó el precio del Sony Trinitron que se había reventado contra el piso del estacionamiento. Peter Grant, sin discutir, entregó su tarjeta de crédito. El gerente del hotel aliviado porque los destrozos habían sido provocados por una banda más que solvente; comentó que uno de sus sueños era arrojar la televisión por la ventana, como lo había hecho Mr. Plant. Grant, conmovido por semejante confesión, agregó el precio de otra tele en el voucher e invitó al gerente a que hiciera realidad su sueño.

La cuenta de la estadía de Keith Moon en el hotel Drake no fue tan cara, considerando el festejo del cumplimiento sus veinte años de edad, que tendría lugar una semana después en el lobby de un Holiday Inn en Texas. Aquella celebración sediciosa costó 24 mil libras esterlinas. El mítico baterista bañó de alcohol y de todo lo no políticamente correcto  a sus invitados. Tocó maratónicos solos de tambores sobre muebles y adornos de Lladró, se rompió dos dientes en un resbalón festivo y cuando llegó la seguridad del hotel, huyó completamente desnudo al estacionamiento, robó un Lincoln Continental que manejo, con notable maestría, hasta el fondo de la piscina.